martes, 2 de diciembre de 2008

raul

“Raúl”

i


Fueron cinco años. Me tomaron cinco años añadirle a mi nombre una palabra anterior a el que me distinguiera plena y absolutamente de ellos. Fueron cinco años lejos del calor de mi madre, el rigor de mi padre y el consuelo de mis corderos por las noches, sobre el cielo desnudo y estrellado de Huancayo. Cinco años sin echarme sobre esa cama de paja, triste y dura, vestida con las frazadas que mis hermanos dejaron una tarde al marcharse hacia el horizonte para luego volver, a los pocos meses, envueltos en el recuerdo de un fusil viejo y en la lista de un libro de desaparecidos. Cinco años.

No te importo si el camión que te llevaría a Lima después de la fiesta de graduación estaba inundado de aquellas personas a las que denominabas, con cierto asco y temor, como ellos. No, por que tendría que importante si esa iba a ser la última vez que ellos te rozarían, tocarían y en el más grave de los casos para tu ego y tu pecho inflado, te dirigirían motamente la palabra. Ya no tendrías que soportarlos al salir de la universidad para comprar en sus puestos rústicos y malolientes lo único que te alcanzaba para almorzar o saludarlos en la calle cortésmente para que no te acusaran con el dueño del edificio donde vivías cada vez que metías mujeres y te emborrachabas hasta la madrugada. Ya no tendrías que soportarlos ni en los micros, ni en la calle, ni en los parques ni la biblioteca, ya no estarías solo. No. Ahora eras un licenciado. Un profesor. Y a pesar de tu aspecto, al que muchas veces maldijiste y lacerabas cuando el espejo te confundía y hacia verte como aquello a lo que tanto odiabas, sabías que no eras el mismo, ya no eras Raúl, ahora eras el Licenciado Raúl. Si, que bien se sentía ¿verdad? Tú lo sabes, se sentía exquisitamente bien. Habías alcanzado el mejor de tus orgasmos y no fue con ella, a pesar que gritó peor que un grillo en el rincón de una habitación sin luz y compañía. No fue con aquella gringa que sin querer terminó en la puerta del edificio triste donde vivías. Con la que utilizaste tus más audaces argumentos, tus más elogiables halagos y tu exotismo al máximo. Si, se sentía bien. Era tu primera gringa y tu eras su primer… ¿Cómo te dijo? Si, su primer cholito. Te hirió ¿verdad? Por eso le pediste que se fuera, que se bajara de tus sentidos, de tus piernas y del cielo que le negaste alcanzar. Ella no te entendió en ese castellano que habías mutilado y crucificado tantas veces y que aquel domingo resucitó de entre lo muertos en tus labios gruesos y agitados. Ella no entendió ni tú entendiste como minutos después ella se encontraba en el piso en un charco de sangre que brotaba de sus labios delgados y rosados. No entendiste por que tenías una correa en la mano ni como el rosario de tu primera comunión había llegado a la otra, mientras ella, tiritando entre lágrimas que recorrían su cuerpo desnudo y delgado, te rogaba que no le hicieras mas daño del que su orgullo tullido ya había experimentado.

Pero eso ya no importaba. Ya no eras ese, ahora eres el Licenciado Raúl, el del reconocimiento a nivel regional, el de la diploma en honor al merito, el recién graduado licenciado Raúl Quispe, profesor de educación secundaria. Ese eras tú. Nadie se atrevería a negarlo absolutamente nadie. Eras intocable ¿verdad? Ya no eras ellos. Por eso decidiste ampliar tus horizontes e irte a Lima. A la ciudad de los Reyes. A tu ciudad. Por eso ibas sentado en la esquina mas fría del camión con los brazos apoyados en tus rodillas y tu cabeza estancada en el cielo, mirando por ultima vez el cielo estrellado de Huancayo que se desdibujaba en el recuerdo de tus corderos, en la amplitud de los campos y en el llanto de un bebe a 100 kilómetros de distancia que nacía mientras tu cerrabas los ojos pensando solo en una cosa.

ii


Es de noche y Colmena comienza a cobrar vida. Las antiguas avenidas virreinales empiezan a inundarse de siluetas que juegan con las sombras y el tiempo; entre luces de neón que invitan al escape de un sentido que se ha perdido entre las esquinas y los callejones de la Av. Tacna; entre el desfile de faldas calurosas y colillas de cigarros inertes regados sobre el piso como una gran alfombra blanca.

Llegaste cuando Lima recién se levantaba de la cama. Aun no se lavaba la pesadilla que la había aquejado toda la madrugada. No te percataste de sus fantasmas ni de sus heridas. Lima se lavaba la cara y te mostraba lo que siempre quisiste ver: una ciudad. Bajaste del camión con más ganas que con prisa. Tu entusiasmo se desbordaba como la de un niño en un parque de diversiones, abstraído en la fascinación de su éxtasis, de las imágenes, de los olores y de si mismo. Te encontrabas perdido y aun no habías dado un solo paso. El aire enrarecido de los primeros micros por la mañana te comenzaban a dibujar un rostro del que no sabias que existía pero al que tampoco dabas importancia. Estabas en Lima y eso era lo único que importaba.

Recorriste media ciudad antes de encontrar el edificio donde vivirías y comenzaste a sentir otra vez el asco. Habías terminado de firmar el alquiler del cuarto donde pasarías los seis meses siguientes y los viste. Los viste salir como ratones de su madriguera. Sudados y apestando. Si, eran ellos. Ellos, a los que dejaste envueltos en una frazada y tiraste al río en Huancayo. Ellos también estaban acá y lo que era peor, estaba junto a ti, respiraban tu aire, contaminaban tu espacio. Eran ellos y tu otra vez. Quisiste anular el contrato. Demasiado tarde. Las llaves estaban en tu poder. Solo eran seis meses Raúl. Tú podías hacerlo. Habías vivido toda una vida con ellos. Solo te tocaba aguantarlos seis meses. Seis meses se pasan rapidito, uno ni se da cuenta. Seis meses y luego te largabas del edificio de mierda donde habías llegado a parar. Tampoco podías quejarte estaba a un precio que podías cómodamente pagar según tus cálculos en la libreta marrón. Vamos Raúl, no te desanimes. Son solo seis meses. En seis meses encuentras el puesto que te mereces, el puesto que te corresponde y luego todo sigue su camino natural. Seis meses Raúl.

Viste la llave con más resignación que alegría mientras ellos salían todos apresurados, a montones, sin orden, apestando a olores que no habías olido en Huancayo. Si eran nuevos olores. Estos no eran igual a los de Huancayo. Eran peor. Subiste las escaleras. Te tocaba vivir en el quinto piso. Seis meses. Cogiste tus maletas y apretaste el paso. Una ducha con agua fría, un cigarro y todo se solucionaría. Vamos Raúl. Seis meses. Luego a buscar trabajo, que tan difícil puede ser. Seis meses. Eras el licenciado Raúl Quispe y esta era tu ciudad. Seis meses. Habías venido solo para quedarte. Seis meses. Llegaste a la puerta de tu nueva habitación igual de triste que la de Huancayo. En la puerta alguien había dejado una nota: “Seis meses”.

iii


Quien lo diría, quien pudo haber dicho eso. Francamente quién lo diría


Un año. Ya ha pasado un año, Raúl. Ya llevas en esta ciudad un año y aun sigues en ese edificio de mierda; con esa gente de mierda pero tú ya no crees eso ¿verdad? ¿Qué paso Raúl? ¿En que avenida se te perdió la esperanza? Los meses no han sido generosos contigo. Nada paso como tu libreta marrón lo supuso ¿cierto? Pobre Raúl. Un Año.

Era la quinta vez que recorrías la ciudad. Tu frente empapada de sudor por horas de caminata solo encontraba consuelo cuando llegabas a la plaza Mayor y te sentabas en las bancas de mármol que coloreaban tu ánimo entre la niebla que alargaba su manto y los chillidos lejanos de los micros de la Av. Abancay. Había pasado un mes y ya conocías todas las calles, jirones y quintas más por necesidad que gusto. Allí estaban; todas presentes. Solas y monótonas. Melancólicas y tristes como los pájaros que se posaban sobre las grietas de las iglesias en invierno. Había pasado un mes, tus zapatos te lo recordaban, Raúl. Había pasado un mes y con él, todos tus ahorros se habían desvanecido entre sueños, gaseosas y panes que calmaban el hambre dos ves al día. Estabas muy flaco Raúl para seguir siendo licenciado. Tocaste miles de puertas que solo se abrieron para darte una escoba, un trapo viejo y tus sueños rotos, ahogados en una cubeta de agua sucia. Era la quinta vez que recorrías la ciudad y nada. Una vez más, nada. Otra vez escobas, trapos viejos y cubetas de sueños rotos. No entendías por que ¿cierto? Si tu eras igual que ellos. Si tú eras el licenciado Raúl Quispe. Era la quinta vez que recorrías la ciudad y nada, Raúl: nada. Lima es una madre desnaturalizada.

Cambiaste los restaurantes por los comedores populares. Las camisas por los polos coloridos. Raúl ¿Quién eras? ¿En qué te estabas convirtiendo? Tu mirada había perdido el brilló y la altivez con la que pisaste esta ciudad de mierda. Ahora lo era ¿verdad? Pero era tu ciudad después de todo. Tu madriguera. Tu colmena. Era tuya a pesar que la odiaras, la escupieras, maldicieras y defecaras en ella cuando te embriagabas. Cambiaste el rock por los conciertos chicha. Al principio te negabas. Claro como un licenciado puede ir a esos lugares. Pero no podías resistirlo. Estaba en tu sangre. Ese era tu lugar. Junto a ellos. Si, los mismos que despreciaste y tiraste al rió; envueltos en frazadas en Huancayo; estaban allí con sus olores, sus ropas, su cerveza, su fiesta y tu estabas allí. Estabas allí y eras el licenciado Raúl Quispe, profesor de secundaria. “abran paso, allí viene el profesor”. Eras tu otra vez. Por cinco horas volvías a ser tú. A ser importante a ser algo parecido a Dios. “Traigan un par de cervezas que hoy un profesor de Huancayo esta con nosotros y se queda carajo”. Allí estabas, envuelto de ellos pero ahora los necesitabas, suplicabas por que te mirasen, te repitieran lo que eras. Pobre Raúl. Un año y sigues en ese edificio de mierda con esa gente ahora ya no tan mierda. ¿Volver? Ni hablar. Eso esta fuera de discusión, no podías privarle a tu gente de su profesor, no señor. Había cumplido tu sueño, ahora eras el licenciado Raúl Quispe, profesor de educación secundaria y sólo trabajabas de madrugada y los fines de semana. Pobre Raúl, un año con su gente, con el mismo.

iiii


Lunes, Seis de la mañana. Lima se levanta una vez mas a lavar sus pesadillas. La Av. Abancay comienza a despejar los fantasmas que por las noches deambulan sin tiempo ni espacio alrededor de ella. La fachada de la biblioteca nacional se ve más triste que de costumbre mientras a lo lejos la gente comienza a salir de sus madrigueras. La Av. Cuzco comienza a construir andenes de melancolía, uno encima de otro, formando pirámides que solo los perros, viejos testigos de todo, desfogan sus ansias en las esquinas.
Llego, saco las llaves, me toca abrir hoy. Los pisos comienzan a cantar los huaynos que la noche anterior le susurraron al oído. El uniforme sigue siendo el mismo, los utensilios también. Lima es una madre desnaturalizada pero no importa, una madre es Dios antes los ojos de los hijos y yo quiero mucho a mi madre.

no esta demas decirlo

Lo que se hace por amor se hace
mas allá del bien y del mal
Frederich Nietzsche


Ø No esta demás decir que el cogernos las manos se ha vuelto un juego rutinario.
Ø Que tus manos ya no construyen casas de goma ni escriben sobre el reverso de los boletos de los buses de como cuanto se puede extrañar en un día sin volverte loca.
Ø No esta demás decir que ir a cualquier lugar se a convertido en parte de un plan metódicamente estudiado, mucho antes que se tome en cuenta; que los nuevos lugares que vistamos por las noches se envejecen en el mismo instante en que cruzamos la puerta o entramos a la siguete habitación.
Ø No esta demás decir que lo que decimos también se ha convertido en un juego rutinario.